martes, 6 de noviembre de 2012

Mitos y leyendas de la incineración en España

Si hay palabras demonizadas y con ecos peligrosos, la incineración es una de ellas. Por ello, los defensores de esta tecnología han encontrado toda una batería de eufemismos que intentar camuflar los peligros de las incineradoras. Así, se utiliza el concepto de “valorización de residuos”, basándose en que se aprovecha parte de la energía térmica desprendida en la combustión para generar energía eléctrica. O se recurre al poco científico concepto de “eliminación”, como si el mítico fuego purificador hiciera la prestidigitación de que los residuos desaparecieran.

Las incineradoras son plantas industriales con calderas de combustión en las que los desperdicios se queman a altas temperaturas. Son verdaderos reactores químicos que transforman un residuo sólido heterogéneo en emisiones atmosféricas, vertidos líquidos procedentes del lavado de los gases de combustión y cenizas y escorias como subproducto final. Es decir, convierten los residuos en contaminación del aire, el suelo y las aguas, tecnología cuando menos poco eficiente. Además, las nuevas sustancias resultantes de la combustión son en muchos casos más contaminantes que el material de partida; es el caso de las dioxinas y furanos, unos complejísimos organoclorados que se forman en la postcombustión, los metales pesados volátiles o las cenizas de los inquemados. No es por ello extraño que afirmemos sin complejos que las incineradoras arrastran una tecnología insegura, que no ha resuelto adecuadamente los problemas que genera y que, además provoca otros nuevos.

Convertir 10 toneladas de residuos en 3 toneladas de cenizas y escorias no es una idea inteligente de resolver el problema, además de que no evita la necesidad de recurrir a los vertederos. La Directiva europea para los residuos peligrosos 2000/76, traspuesta en la legislación española en el R. D. 653/2003, se marca como objetivo la obligatoriedad de que su incineración no sobrepase la cantidad de 0,1 nanogramos de dioxinas y furanos por metro cúbico, límite un tanto difícil de alcanzar pues no existen dispositivos aceptables de medición, con lo que se queda en un brindis al sol. Recordemos que un nanogramo es la milmillonésima parte de un gramo, concentraciones muy difíciles de determinar; el límite de seguridad para estas sustancias, que pertenecen a la docena sucia de los COPs (contaminantes orgánicos persistentes que las Naciones Unidas pretenden ir eliminando), no existe, por lo que cualquier exposición es nociva para la salud.
Los intereses económicos que se mueven alrededor de las incineradoras son descomunales, por lo que no es extraño que dediquen tantos esfuerzos a "vender" el producto, aunque sea disfrazándolo de valorización energética, destrucción térmica de residuos o autocalcinación.


 Impactos principales de las incineradoras de residuos

Estas instalaciones, por muy modernas que sean:
  • generan contaminación,
  • dañan la salud pública,
  • agotan los recursos financieros para alternativas de reducción, reutilización y reciclado
  • desperdician energía y materiales,
  • socavan la prevención de la generación de residuos y los enfoques racionales para el manejo de residuos,
  • tienen una experiencia operativa marcada de problemas por desajustes, fallos, interrupciones,
  • con frecuencia exceden los estándares de contaminación del aire,
  • manejan incorrectamente las cenizas,
  • no aseguran la destrucción del residuo ni por tiempo de residencia (dos segundos), ni por temperatura de combustión (850 ºC).
En definitiva, las incineradoras agudizan los problemas que pretenden resolver. En vez de poner límite al incremento continuo de las basuras, incitan a producir más combustible residual para alimentar sus hornos. Ni siquiera es válido el argumento de que recuperan energía: hemos calculado que esta energía no supone más que la sexta parte de la que fue necesaria para fabricar los recursos que se han incinerado en el flujo de los residuos.


1 comentario:

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